Ha comenzado uno de los juicios más esperados de los últimos años y la estética de uno y otro acusado dice mucho. Francisco Camps, acusado de cohecho impropio por la aceptación de regalos, ha elegido un traje oscuro, camisa blanca, pantalones de bajo con dobladillo y mocasines de borlas.
Contrasta esta formalidad en el vestir con las pulseras de cuerda de colores de su muñeca. Sin embargo, este discreto rasgo familiar (ya que fueron hechas y regaladas por sus hijas) le refuerza psicológicamente y quedan siempre a la vista del expresidente.
Hablará en función de la imagen que quiere transmitir a sus hijos, por loque es dudoso que acepte cualquier extremo que afecte a su horabilidad, ya que repercutiría en la de ellos.
Esta apariencia formal con referencias íntimas contrasta con la de Ricardo Costa, mucho más informal y juvenil. Destaca la chaqueta entallada oscura, el pantalón verdoso, la camisa azul clara y la corbata azul oscura. En su muñeca luce un reloj deportivo, sin más ornamentos.
Sin voluntad de trascendencia, se presenta como es y su defensa se limita a sí mismo. Actuará en función de lo que más le interese. Este aspecto no es gratuito, teniendo en cuanta que otros dos imputados sí aceptaron su culpa (Victos Campos y Rafael Betoret), antes de saber que Camps no iba a hacerlo. Costa prefirió ser el último en firmar, lo que le salvó del reconocimiento de culpa.
El estado general de uno y otro acusado también es muy diferente. Mientras Camps sonríe y luce una mejor presencia física que en su última etapa como presidente, en la que estaba muy delgado; Costa se mantiene serio, ha ignorado a la prensa a la entrada al juicio (al revés de lo que ha hecho Camps, que ha posado) y se ve claramente desmejorado.
En este análisis a vuela pluma se evidencia que Camps llega en un mejor estado psicológico que Costa, aunque habrá que esperar a las intervenciones de uno y otro.
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