En la vida real, si un empresario o responsable de equipo incurre en una incoherencia como ésta, su credibilidad quedará fundida ante sus colaboradores y subalternos y, lo que es peor, habrá dañado gravemente la reputación de su empresa. ¿Se puede hacer algo peor?
Si se opta por un mensaje hay que ir con él hasta el final… o no decirlo desde el principio. La subida del Impuesto de la Renta de las Personas Física (IRPF) y del de Bienes Inmuebles (IBI) aprobada en el último Consejo de Ministros desdice uno de los temas clave de la pasada campaña que Esteban González Pons, secretario de Comunicación del PP, repitió por calles, plazas y cosos taurinos. “No subiremos los impuestos”.
EL EJEMPLO
En una crisis económica brutal en la que Estado debe asumir reformas estructurales al tiempo que paga las deudas contraídas, se puede caer en la demagogia y prometer la reedición del milagro de los panes y los peces o ser prudente y no pisarse los dedos. Instituciones internacionales bastante serias, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo o la OCDE ya habían advertido a España de la necesidad de subir impuestos y acometer profundas medidas de ajuste.
Pero, ¿era lo que los españoles querían oír en campaña? Seguramente no, pero si somos mayores de edad para votar, también lo seremos para afrontar la realidad. El éxito de la oratoria y la dialéctica no reside en decir a la gente lo que quiera oír, sino en transmitir bien lo que queremos decir. La palabra obliga.
Mucho más prudente ha sido siempre Mariano Rajoy que nunca ha querido ser tajante en este tema, como demuestra un repaso a sus declaraciones públicas. El actual presidente del Gobierno siempre ha afirmado que “mi intención” no es subir los impuestos. Condicionar esa propuesta le permite ahora firmar la medida sin caer en contradicciones.
ESTRATEGIAS DE DEFENSA
Tampoco es bueno defenderse ahora demagógicamente y decir que “sólo afectará a las rentas altas” (una excusa presentada en su día por el PSOE y por la que el PP cargó con toda su artillería). Y es que, si quien nos escucha es una persona soltera que gana 1.200 euros, podrá no entender que se le incluya en ese selecto grupo al que termina de ser adscrito.
A lo hecho pecho y, en el caso de Esteban González Pons, de perdidos, al río; ya que se ha quedado sin ministerio, portavocía en el Congreso ni perrito que le ladre. La ventaja que tiene la política es que los fieles perdonarán este desliz y lo olvidarán dentro de unos años. En una empresa, nunca.
Quien que quiera conocer más ejemplos con videos incluidos, puede leerlos en un excelente artículo (aunque con una clara voluntad crítica), puede leer un excelente artículo publicado la noche del 30 de diciembre por Ignacio Escolar, periodista y exdirector de Público.