La vocalización es fundamental, pero tampoco hay que pasarse. Hablar lento permite pensar, medir las palabras, enfatizar y facilitar la comprensión de los oyentes. Sin embargo, cuando se abusa de este recursos puede dar lugar a una sensación extraña entre los espectadores.
Esto es lo que está pasando con la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, que lee con tanto detenimiento los titulares de sus intervenciones que parece estar haciendo un esfuerzo sobrehumano por articular palabra, transmitiendo artificiosidad y generando distancia.
Este mismo vicio de sobrevocalizar también lo cogió el expresidente del Gobierno, José Luis Rodriguez Zapatero, que los imitadores llegaban a parodiar especialmente por este vicio de oratoria que quita naturalidad y muestra una preocupación evidente por hacerse entender, por transmitir las ideas clave de la intervención.
No es casual que Zapatero y Cospedal mantengan un comportamiento similar en un escenario de cuestionamiento público a causa de la crisis. Los psicólogos advierten que las personas intentamos meter nuestras ideas en la conciencia de los otros como quien rellena un pavo.
Así, estas pausas son como una vuelta de sacacorchos para entrar en la cabeza del oyente. Sin embargo, la mente humana se resiste a la este ataque frontal y, por más que se intente, su efectividad de los mensajes vendrá por el deletreo, sino por otros medios, como el convencimiento o la sugestión.